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2018/06/09


San Columba de Iona
abad
521 -597


"Patrono de  Irlanda, Escocia ,encuadernadores y poetas "
"Protector contra los incendios y rayos,contra las plagas de ratas y ratones y las inundaciones"

El más famoso de los santos escoceses, Colomba, era en realidad un irlandés de las regiones boreales
de Uf Néill y, probablemente, nació en el año 521, en Gartan de County Donegal. Por parte de padre y por parte de madre era de linaje real, porque el progenitor era Fedhlimiddh o Phelim, bisnieto de Niall el de los «Nueve Rehenes», gran señor de Irlanda, mientras que su madre, Eithne, a más de estar emparentada con los príncipes de la Dalriada escocesa, era descendiente directa de un rey de Leinster. En el bautismo, que le suministró su padrino, el sacerdote Cruithnechan, el niño recibió el nombre de Colm, Colum o Colomba. Tan pronto como se le consideró con la edad suficiente para valerse por sí mismo, se le apartó de los cuidados del sacerdote a quien se le había puesto como guardián en Temple Douglas y se lo llevaron a la gran escuela que tenía san Finiano en Moville.
Ahí debió pasar muchos años, puesto que, al partir, ya era diácono. De Moville pasó a estudiar a Leinster, bajo la dirección de un anciano bardo, a quien llamaban maestro Gemman. Los bardos conservaban las crónicas de la historia y la literatura de Irlanda, y no es extraño que el propio Colomba fuese un poeta bastante aceptable.
Su aspecto físico era impresionante: de gran estatura, dotado de una musculatura formidable y de un carácter dulce y apacible, poseía «una voz tan fuerte y sonora, que se podía oír a más de un kilómetro de distancia». Aquel hombre formidable pasó los quince años siguientes en un incesante recorrido de todo el territorio de Irlanda, donde predicó el Evangelio y fundó innumerables monasterios, entre los cuales fueron los más notables el de Derry, el de Durrow y el de Kells.
Un tal Curnan de Connaught, después de haber participado en una reyerta en la que hirió mortalmente a un contrincante, buscó refugio junto a san Colomba, quien en seguida le brindó su amparo; pero de ahí a poco, fue materialmente arrebatado de los brazos de su protector y apuñalado por los hombres de Diarmaid, que no respetaron el derecho de asilo en el santuario. A raíz de este sucedido, estalló la guerra entre los partidarios de Colomba y los subditos leales de Diarmaid; en la mayoría de las crónicas antiguas de Irlanda se afirma que esa contienda fue instigada por san Colomba y se asienta que, tras la batalla de Cuil Dremne, en la que perecieron más de 3.000 hombres, se hizo al santo responsable moral por su muerte. El sínodo de Telltown, en Meath, aprobó una moción de censura contra Colomba que habría culminado en la excomunión, a no ser porque san Brendano intervino en favor del acusado. Por otra parte, debe señalarse que Colomba no tenía tranquila la conciencia y, por consejo de san Molaise, decidió expiar las ofensas que hubiese cometido, con un exilio voluntario y con la promesa de obtener la salvación de tantas almas como las que hubiesen perecido en la batalla de Cuil Dremne.
En el año de 563, Colomba se embarcó con doce compañeros, todos ellos emparentados entre sí, en una frágil canoa de cuero que condujo al grupo, en la víspera de Pentecostés, a la isla de I o de Iona. Por aquel entonces, Colomba tenía cuarenta y dos años. Su primera obra fue la construcción de un monasterio, donde habría de pasar el resto de su vida y que fue famoso durante siglos entre los cristianos de Occidente.
San Colomba no dejó nunca de estar en contacto con Irlanda. En 575. Cuando no se hallaba comprometido en expediciones misioneras o diplomáticas, su cuartel general seguía establecido en Iona, a donde acudían visitantes de todas las condiciones sociales, algunos en busca de ayuda espiritual o corporal, atraídos otros por su reputación de santidad, sus milagros y sus profecías. Llevaba una vida de extrema austeridad, pero no por eso trataba de imponer sus penitencias a los demás.Sobre los últimos años de su vida, se dice era un anciano sereno, amante de la paz, que recibía con gentileza la visita de los hombres y de las bestias. Cuatro años antes de su muerte, sufrió una enfermedad que lo puso al borde del sepulcro, pero conservó la vida gracias a las plegarias de su comunidad. A medida que se agotaban sus energías, pasaba la mayor parte del tiempo en la transcripción de libros. El día anterior al de su muerte, copiaba el salterio y había escrito la frase que decía: «A aquéllos que aman al Señor, nunca les faltará ninguna cosa buena...» Cuando hubo copiado esas palabras, declaró: «Aquí debo detenerme; que Baithin escriba el resto...» Baithin era un primo suyo al que había nombrado su sucesor.
Aquella noche en que los monjes fueron a la iglesia para cantar los Maitines, encontraron a su bienamado abad en el suelo, ante el altar, ya agonizante. En el momento en que su fiel asistente Diarmaid le tomó de los brazos para incorporarlo, Colomba levantó su mano como si intentase bendecir a sus monjes e inmediatamente después expiró. Colomba había muerto, pero su influencia sobrevivió y aun se extendió hasta que llegó a dominar las iglesias de Escocia, Irlanda y Nortumbria.