Nació en la preciosa Toscana. Siendo todavía un adolescente, se fue a la capital de la región, Florencia. Llevaba ya en sus venas la pintura. Ni siquiera podía soñar que la vida religiosa le atrajera de forma especial.
Y sin embargo, no son incompatibles las dos al mismo tiempo. De hecho, con la ayuda de su hermano, entró en el convento de los Dominicos de Fiésole. Aquí dió rienda suelta a su creativa imaginación. Cuando hizo su profesión religiosa, tomó el nombre de Juan. Estudió la carrera propia para ser sacerdote. Pasado algún tiempo, lo eligieron superior del convento. Pintó, en sus ratos libres, muchos retablos.A continuación lo enviaron al convento de san Marcos de Florencia con el fin de que lo decorara. Pintó el claustro con bellísimos frescos, la sala capitular, las celdas y el corredor del dormitorio.
También decoró las paredes de las dos capillas en San Pedro de Roma y en el Vaticano, y después la capilla privada del Papa.
"Cualquiera que hace las cosas por Cristo, debe estar lleno del amor de Cristo".Esta frase solía repetirla mucho Fra Angélico.
Era una persona sencilla, de buen corazón y de una gran rectitud, amaba la pobreza y se sentía siempre humilde.
Cuando uno ve sus innumerables cuadros, se percibe en ellos en seguida el espíritu de fervor que animaba el alma y el corazón de este pintor.
Muestran, a las claras, el rayo de lo divino que habitaba en su interior.Murió en el año 1455 y una leyenda dice que los ángeles que él había pintado, lloraron aquel día.