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22 de noviembre
San Ananías
discípulo del Señor que en Damasco 
bautizó a San Pablo 
s. I





"Hermanos y padres, escuchad la defensa que ahora hago ante vosotros". Al oír que les hablaba en lengua hebrea guardaron más profundo silencio. Y dijo: Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros padres; estaba lleno de celo por Dios, como lo estáis todos vosotros el día de hoy. Yo perseguí a muerte a este Camino, encadenando y arrojando a la cárcel a hombres y mujeres, como puede atestiguármelo el Sumo Sacerdote y todo el Consejo de ancianos. 

De ellos recibí también cartas para los hermanos de Damasco y me puse en camino con intención de traer también encadenados a Jerusalén a todos los que allí había, para que fueran castigados. Pero yendo de camino, estando ya cerca de Damasco, hacia el mediodía, me envolvió de repente una gran luz venida del cielo; caí al suelo y oí una voz que me decía: "Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?" Yo respondí: "¿Quién eres, Señor?" Y él a mí: "Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues". Los que estaban vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba. Yo dije: "¿Qué he de hacer, Señor?" Y el Señor me respondió: "Levántate y vete a Damasco; allí se te dirá todo lo que está establecido que hagas". Como yo no veía, a causa del resplandor de aquella luz, conducido de la mano por mis compañeros llegué a Damasco. Un tal Ananías, hombre piadoso según la Ley, bien acreditado por todos los judíos que habitaban allí, vino a verme, y presentándose ante mí me dijo: "Saúl, hermano, recobra la vista". Y en aquel momento le pude ver. El me dijo: "El Dios de nuestros padres te ha destinado para que conozcas su voluntad, veas al Justo y escuches la voz de sus labios, pues le has de ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído. Y ahora, ¿qué esperas? Levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre". 
(Hch 22,4-16)


San Ananías es una figura bíblica. Los Hechos de los Apóstoles nos lo presentan como un ciudadano de Damasco, judío de raza. Era ya cristiano cuando bautizó a Saulo de Tarso y debía tener una posición distinguida en la joven iglesia de Damasco, ya que fue a él a quien el Señor reveló el destino del Apóstol de los Gentiles. Su gran gloria fue precisamente el haber recibido en la Iglesia de Cristo a Saulo el perseguidor de los cristianos, y haber consolidado su Fe.


Una antigua tradición bizantina, asegura que Ananías fue uno de los setenta y dos discípulos de Jesús de los que habla San Lucas, (10,1) y que volvió a Damasco después de la lapidación de S. Esteban, siendo más tarde consagrado Obispo de la ciudad. Se afirma también que mientras estaba predicando por los territorios de Siria fue arrestado por el gobernador Licinio y condenado a muerte. Ananías murió lapidado en las afueras de Damasco, el día primero de octubre y su cuerpo fue trasladado a la ciudad por sus discípulos. Sus reliquias se conservan, desde antiguo, en San Pablo de Roma. En el siglo XIV Carlos IV, Emperador de los Romanos y Rey de Bohemia, obtuvo la cabeza de S. Ananías, trasladándola a la iglesia de Praga.