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2 de junio
Santa Blandina de Lyon
mártir
†: 177



"Patrona de Lyon y de las empleadas domésticas"



Una carta de los cristianos de Vienne y de Lyon a las iglesias de Asia nos permite saber lo que fue de un grupo de hermanos lioneses que en tiempos de Marco Aurelio fueron objeto de una redada de las autoridades. Se les acusaba de incesto y canibalismo, y la suposición de que celebraban monstruosas orgías secretas provocó un gran alboroto. 
«Han soportado muy dignamente», afirma la carta, «los atropellos de la plebe: insultos, golpes, zarandeos, rapiñas, apedreo y cuanto suele complacer a una turba enfurecida contra gentes que considera odiosas». Y a continuación se destaca el valor de una esclava a la que habían encarcelado junto con su señora.
Su nombre era Blandina y «extenuaba a los que por turnos y de todas las maneras la iban torturando desde el amanecer hasta el ocaso. La bienaventurada mujer, como noble atleta, rejuvenecía en la confesión: ¡Soy cristiana y nada malo se hace entre nosotros!»
«Conducidos a las fieras, para común espectáculo, a Blandina la colgaron de un madero y quedó expuesta allí para pasto de las fieras, pero éstas la respetaron y acabaron devolviéndola a la prisión con el fin de guardarla para otro combate».
Los demás murieron entre tormentos, y «Blandina, la última de todos. Por fin, envuelta en una red la pusieron ante un toro salvaje que la corneó hasta matarla.
La persona que consideramos la más débil resulta ser la más fuerte. De algún modo, cuando más importa, esa persona consigue destapar asombrosas reservas de fuerza.
Todos tenemos esa capacidad. Para alcanzar esas profundas reservas, sin embargo, necesitamos hacer una cosa esencial: someternos. ¿Sometemos? ¿A fin de volvernos fuertes? Sí. En una de las más grandes paradojas de la fe, cuando reconocemos nuestra debilidad es cuando la fuerza ilimitada de Dios puede operar a través nuestro.
Se dice que Santa Blandina repitió las palabras: «Soy cristiana, nosotros no negociamos ninguna maldad», a fin de obtener fuerza con que soportar su tortura. Del mismo modo, podemos repetir nuestra oración favorita (quizá la de Juliana de Norwich: «Todo estará bien y todo estará bien y todo tipo de cosas estarán bien») cuando estemos encarando pruebas que consideramos más allá de nuestra capacidad de aguante. Al hacerlo así, aprenderemos que con Dios a nuestro lado todo es en verdad posible.