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2019/05/18



San Félix de Cantalicio
religioso capuchino
1515 - 1587



"Patrono de las madres y los niños"



Nació en Cantalicio, cerca de Citta Ducale, en la Apulia. Sus padres eran campesinos muy piadosos. 

Supieron educarle tan bien que sus compañeros de juegos, cuando lo veían acercarse, le gritaban: "¡Ahí viene San Félix!" El santo pastoreaba las vacas desde niño, conducía su rebaño a algún paraje tranquilo, donde pasaba largas horas en oración ante una cruz que había grabado en el tronco de un árbol. Cuando tenía doce años, entró a trabajar en la casa de un rico propietario de Citta Ducale, llamado Marco Tulio Pichi o Picarelli, quien le empleó primero como pastor y después como cultivador.
Era todavía muy joven cuando aprendió a meditar durante el trabajo y pronto alcanzó un alto grado de contemplación.
Más tarde, un religioso le preguntó cómo podía vivir en la presencia de Dios en medio del trabajo y las ocasiones de distracción. El santo le respondió: "Todas las criaturas pueden llevarnos a Dios, con tal de que sepamos mirarlas con ojos sencillos." Su materia predilecta para meditación era la Pasión del Señor, que no se cansaba de contemplar. Félix era tan alegre como humilde; jamás se dio por ofendido cuando alguien le injuriaba; en vez de responder groseramente, replicaba: "Voy a pedir a Dios que te haga un santo." El relato de la vida de los padres del desierto le produjo cierto deseo de seguir la vida eremítica; pero comprendió que era un género de vida muy peligroso para él.
Todavía se hallaba en duda sobre su vocación, cuando un accidente vino a mostrarle la voluntad de Dios. Se hallaba un día arando un terreno con un par de bueyes nuevos, cuando su amo se acercó a él. Los animales, asustados por la presencia del propietario u otra razón, derribaron a Félix quien trató de contenerlos; aunque el arado le pasó por encima el santo se levantó ileso. Para agradecer a Dios aquel milagro, Félix pidió ser admitido como hermano lego en el convento capuchino de Citta Ducale. El padre guardián, después de hablarle de la austeridad de la vida conventual, le dejó frente a un crucifijo: "Considera, le dijo, que el Señor sufrió por nosotros." Félix rompió a llorar y el superior comprendió que, si sentía tan intensamente la pasión de Cristo, debía ser un alma elegida. 
Félix hizo el noviciado en Antícoli. Desde los primeros meses, pasó imbuido en el espíritu de su orden, pues amaba la pobreza, la humildad y la cruz. Con frecuencia rogaba a su maestro de novicios que le redoblaran las penitencias y mortificaciones y le tratase con mayor severidad que a los demás, pues sus compañeros eran, según él, más dóciles y más inclinados a la virtud. Aunque estaba persuadido de que todos eran mejores que él, sus hermanos de religión le llamaban "el Santo", como lo habían hecho antaño sus compañeros de juegos.
En 1545, hacia los treinta años de edad, hizo los votos solemnes. Cuatro años más tarde, fue enviado a Roma, donde durante cuarenta años, es decir, casi hasta su muerte, salió diariamente a pedir limosna para el mantenimiento de la comunidad. El oficio era muy pesado, pero San Félix se regocijaba por la humillaciones, fatigas e incomodidades que traía consigo y nada le podía distraer su pensamiento de Dios. Con la aprobación de los superiores, que tenían absoluta confianza en su discreción, ayudaba generosamente a los pobres con las limosnas que juntaba. Además, visitaba los enfermos, a los que servía personalmente y consolaba a los moribundos. San Felipe Neri le prodigó gran estima y le gustaba conversar con él; a manera de saludo, los dos santos de Dios se deseaban mutuamente una participación más intensa en la Pasión de Cristo. San Carlos Borromeo envió a San Felipe Neri las reglas que había redactado para los oblatos, pidiéndole que las revisara; San Felipe se excusó de no poder hacerlo y recomendó para ello a San Félix. En vano protestó éste de que jamás había hecho estudios; los superiores ordenaron que se le leyesen las reglas y que diera su opinión sobre ellas. El santo recomendó que se suprimiesen unas disposiciones demasiado severas. San Carlos Borromeo siguió el consejo y manifestó su admiración por la prudencia que manifestó.
San Félix se trataba a sí mismo con gran severidad. Andaba descalzo y usaba cilicio; ayunaba a pan y agua, ya que podía hacerlo sin llamar la atención y se contentaba con los mendrugos de pan que encontraba en el fondo de su alforja.
Ocultaba celosamente los dones sobrenaturales que Dios le concedía; sin embargo, algunas veces, cuando ayudaba en la Misa, era arrebatado en éxtasis a la vista de todos. Por todo lo que veía y acontecía, daba gracias a Dios; tan frecuentemente pronunciaba las palabras "Deo gratias. Cuando Félix era ya muy anciano, el cardenal protector de la orden, que quería mucho al santo, aconsejó a sus superiores que le relevasen de su oficio; pero Félix les rogó que le dejasen seguir pidiendo limosna, diciendo que el alma se marchita cuando el cuerpo no trabaja. Dios le llamó a Sí a los setenta y dos años de edad, después de consolarle en el lecho de muerte con una visión de la Santísima Virgen.