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2019/03/10

10 de marzo de 1921
Carta a un sacerdote Mariavita


Historia Mariavita
Obra de la Misericordia VMRF


10 de marzo de 1921:

“Querido padre bien amado: Todo lo que el Señor Jesús nos manda lo hace para mayor Gloria y la salvación de nuestras almas y debemos aceptar Su Santa Voluntad con gratitud, aunque sea doloroso y pesado…Mi misión ya se termina, soy una herramienta inútil, y tal vez hasta nefasta para muchos. En consecuencia, entrego todo en manos de Nuestra Madre Inmaculada, la Santísima Virgen María, Ella los guiará y los llevará a la meta.

Los padres y las hermanas no deben resignarse a la tristeza y sobre todo, no perder coraje, sino esforzarse en trabajar doblemente para la Obra de Misericordia como lo hicieron en sus principios.
Sólo tengo una meta sobre la tierra: que cada uno reconozca y ame al Señor Jesús oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Él es el sacrificio de la adoración perpetua de nuestros sentidos. Es sólo en Él que seguiremos unidos y no en el hombre pecador, que pasa como una sombra. Me ofrezco a la Voluntad de Dios y creo en la Misericordia Divina: agradezco al Señor Jesús sufrir un poco más.”

Despidiéndose de las hermanas, ella dijo las palabras siguientes:




“Ustedes deben dar testimonio de su amor siguiendo continuamente la regla. Conserven la regla y la caridad y la regla las protegerá. La caridad consiste en que cada uno renuncie a su ventaja personal y acuda en ayuda de los demás. Pero sobre todo amen al Santísimo Sacramento.
Presentaba un día en mis plegarias al Señor Jesús mi temor de que fuésemos como una vid seca, aislada de la Iglesia de Cristo, y el Señor Jesús me dijo: “Ustedes son esta nueva vid que creció sobre el viejo tronco de la Iglesia”. Digo esto a las hermanas para que no teman estar en el error y para recordar esta profesión de fe que me ha sido impuesta, respecto de la infalibilidad del Papa; puesto que yo la reconozco como una blasfemia: solo Dios es infalible.
Me regocijo de morir desconocida, excomulgada; no me gustaría morir de otra manera. No recen para que yo viva, recen para que la Voluntad de Dios sea cumplida. La vida no tiene piedad de mí; solo sufro viendo las lágrimas de los padres y de las hermanas, pero no lloren, pronto estaremos reunidos. Imaginen que he partido: después de todo, a menudo me he ido a Felicianow (Polonia).

San Francisco, en el momento de morir, vio la caída del Espíritu, la ruina de su congregación y yo agradezco a Dios morir en paz al respecto. Mis dolores se parecen a los de San Francisco, porque sufro como él de todos los miembros, del hígado, los riñones y la hinchazón…Pongo la responsabilidad de la Congregación en las manos del reverendísimo padre; él me sucederá, deseo morir como una hermana y me alegro de vivir estos últimos momentos en la obediencia.”