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2018/04/29


29 de abril
Santa Catalina de Siena
 doctora de la Iglesia 
VMRF
1343-1380





"Patrona de la Iglesia, de Roma, el Vaticano
  y Europa"
"Contra los incendios, contra los males corporales,
contra la enfermedad, contra los abortos involuntarios,
contra las tentaciones"


Desposorios místicos de Santa Catalina de Siena
Autor: Francisco de Zurbarán 
Siglos XVI y XVII. Barroco - Escuela española

CATALINA DE SIENA - MUJER EJEMPLAR
«Dilexit Ecclesiam» amó a la Iglesia Católica fundada por Jesucristo



 Estigmatización de Santa Catalina de Siena 
Rosales Gallinas  1862



 Tabla renacentista de la Santa, 
Obra de Giovanni di Pietro sXVI




La Santa, recibiendo la comunión de manos de Cristo. 




La Santa recibiendo la alianza en su casamiento místico



La Santa hablando con el Papa

Tablas góticas de Giovanni di Paolo di Grazia




En una de sus más conocidas imágenes literarias, Catalina de Siena describe a la persona que comulga como un pez en el agua: “Y así como el agua está en el pez y el pez en el agua, así está Dios en el alma y alma en Dios”. Esta imagen describe a su manera la vida de la Santa Senense: toda ella se nos presenta como un camino en ascenso por el quemante deseo de Dios.

En la vida de Catalina de Siena se va dando un doble proceso: por una parte, cada faceta de su existencia va desenvolviéndose y desarrollándose en tensión hacia Dios, como un árbol que despliega sus ramas en todas direcciones, y en todas busca el sol. Por otra parte, cada aspecto de la vida divina, en sí misma y en el modo como se nos ha revelado, va produciendo una resonancia particular y nueva en Catalina. Y en la convergencia de este doble proceso de mutua búsqueda entre el Amado y su Amada, veremos realizarse en ella los prodigios que él sabe obrar en sus predilectos. Aún joven celebrará su Desposorio Místico con Cristo, y luego, como peregrina y predicadora, vendrá a ser como un lugar de encuentro con Dios para muchas personas.
Catalina es audazmente, incluso “escandalosamente” divina. Se reconoce nada, se humilla ante todos, gusta llamarse y ser “sierva de los siervos”, pero desde allí proclama con certeza que Dios es Dios y que ella anhela y busca a ese Dios, al Absoluto, al Eterno, al Inconmensurable. Saberse nada para aspirar al todo, decirse sierva y dar órdenes, perderlo todo para ganarlo todo. Es la vía de la renuncia perfecta en aras de la perfecta unión, una senda que ella consideró irrenunciable para sí misma, pero que nunca impuso a nadie: le bastaba no ser sino en Dios para serlo todo de él.

La paradoja cateriniana, es esa especie de no-ser para llegar a ser; una vez que aceptamos entrar en la psicología del todo o nada, en la escala infinita del Dios que no se mide con nosotros, y en la dialéctica pascual de morir para vivir; cuando entramos, en una palabra, a la celda de Catalina, brilla una luz nítida, un destello avasallante. Se puede aceptar o rechazar, pero allí está ese destello, femenino, arrogantemente humilde, como una mística cercanía de Dios en su Iglesia.


Beato Raimundo de Capua:
“El Esposo despierta a la esposa cuando descansaba en el lecho de la contemplación, después de haberse despojado de las cosas de la tierra y purificado de las manchas del mundo, y la invita a abrirle, no la puerta de ella, sino la de muchas almas; porque la suya no está cerrada, puesto que duerme ella en el Señor, de quien es esposa (...) Después del matrimonio que se dignó celebrar con Catalina, nuestro Señor la fue poniendo en relación con los hombres. No la privaba por eso de sus comunicaciones celestiales, sino más bien se las aumentaba para subirla a una más alta perfección”.
Así explicaba el Señor a su esposa el motivo del cambio profundo que habría de darse en su modo de vida:
“Cálmate , amadísima hija mía: es preciso cumplir toda justicia y hacer fructificar mi gracia en ti y en otros. Bien lejos de separarme de ti, quiero unirme aún más por el amor al prójimo. Ya sabes que mi amor tiene dos mandamientos: es necesario amarme a Mi y al prójimo. En esto esta fundada toda la ley y los profetas. Quiero que tú guardes ambos mandamientos: te hacen falta dos pies y dos alas para volar al cielo” 




Lo que más maravilla en la vida de Santa Catalina de Siena no es tanto el papel insólito que desempeñó en la
historia de su tiempo, sino el modo exquisitamente femenino con que lo desempeñó. Al Papa, a quien ella llamaba con el nombre de “dulce Cristo en la tierra”, le reprochaba la poca valentía y lo invitaba a dejar Aviñón y regresar a Roma, con palabras humanísimas como éstas: “¡Animo, virilmente, Padre! Que yo le digo que no hay que temblar”. A un joven condenado a muerte y a quien ella había acompañado hasta el patíbulo, le dijo en el último instante: “¡a las bodas, dulce hermano mío! que pronto estarás en la vida duradera”.
Catalina nació en Siena (Italia) el 25 de marzo de 1347 y era la vigésimo cuarta hija de Jacobo
 y Lapa Benincasa. A los siete años celebró su místico matrimonio con Cristo. Esto no se debió a fantasías infantiles, sino que era el comienzo de una extraordinaria experiencia mística, como se pudo comprobar después. A los dieciocho años entró a la Tercera Orden de Santo Domingo, comenzando una vida de penitencia muy rigurosa. Para vencer la repugnancia hacia un leproso maloliente, se inclinó y le besó las llagas.
Como no sabía leer ni escribir, comenzó a decir a varios amanuenses sus cartas, afligidas y sabias, dirigidas a Papas, reyes, jefes y a humilde gente del pueblo. Su valiente compromiso social y político suscitó no pocas perplejidades entre sus mismos superiores y tuvo que presentarse ante el capítulo general de los dominicos, que se celebró en Florencia en mayo de 1377, para explicar su conducta.


En Siena, en el recogimiento de su celda, dictó el “Diálogo sobre la Divina Providencia” para tributar a Dios su último canto de amor. En los comienzos del gran cisma aceptó el llamamiento de Urbano VI para que fuera a Roma. Aquí se enfermó y murió rodeada de sus muchos discípulos a quienes recomendó que se amaran unos a otros. Era el 29 de abril de 1380, hacía un mes que había cumplido 33 años