La leyenda une a San Justo, a San Oroncio y a San Fortunato.
Se cuenta que San Pablo envió, de Corinto a Roma, a su discípulo Justo. Por
causa de una marejada, este se detiene en Salerno. Y allí convierte a su
huésped Oroncio y a su sobrino Fortunato. Los tres regresan a Corinto. Se dice que, allí, San Pablo ordenó obispo de Lecce a
Oroncio, que fue martirizado en tiempos de Nerón. Los otros dos nombres (Justo y Fortunato) quedan más en la
oscuridad. Aunque, junto a Oroncio, son venerados como patronos de Leche. En
determinados documentos, se hace alusión y unión de estos con distintos lugares
(una puerta, a San Justo; un camino que "va a San Oroncio"...) Y,
desde luego, aparecen en distintos martirologios. Además de que distintas
ciudades del sur de Italia los veneran y conservan reliquias suyas. Y, a pesar de esta escasez de noticias, la Iglesia los sigue
considerando como santos. Sí, porque el culto que, ininterrumpidamente se les
ha venido dando, desde al comienzo mismo del cristianismo, es testimonio
suficiente de que estos santos existieron y fueron santos, sobre todo por su
martirio.