Nació en Siracusa, en la isla y entonces provincia romana de Sicilia, en Italia, de padres ricos y nobles,en el año 283.
Desde niña, Santa Lucía se educó en la fe cristiana y decidió consagrar su vida a la religión.
Cuando llegó a la edad casadera perdió a su padre, y su madre, viéndose viuda, arregló un matrimonio de compromiso para Lucía.
Ella, sin embargo, se negó rotundamente. La madre, que estaba enferma, agravó de pronto, y entonces Santa Lucía le ofreció que fueran juntas a Catania a rezar a la tumba de Santa Águeda, de quien la joven era devota.
Cuando regresaron, la madre se había restablecido por completo, y accedió a los deseos de su hija, quien repartió su dote entre los pobres.
Sin embargo, el rechazado pretendiente se llenó de ira al ver el compromiso roto, y para vengarse denunció a Lucia con el procónsul romano Pascacio.
Santa Lucía fue capturada y conducida ante las autoridades. Sin arredrarse, ella confesó que era cristiana y que jamás adoraría a los dioses paganos.
Al persistir tan férreamente en sus convicciones, Santa Lucía fue sometida a tormentos. Según algunas versiones, en uno de los suplicios los soldados le extrajeron los ojos, y, no obstante, ella seguía viendo.
Otros tormentos similares soportó Santa Lucía con el solo hecho de rezar en voz alta, y no falleció sino hasta después de que un sacerdote le hubo dado la comunión.
En el año 1039, las reliquias de Santa Lucía fueron llevadas de Siracusa a Constantinopla; pero en 1204, en la cuarta Cruzada, las trasladó consigo a Venecia, donde reposan hasta el día de hoy en una urna de vidrio.
Santa Lucía es la santa patrona de Venecia y de Siracusa, así como de los invidentes, los pobres, los niños enfermos, los campesinos, los electricistas, los afiladores y los escritores.
Iconográficamente se le representa con una espada y sosteniendo un plato con sus dos ojos.