Cipriano fue un mago pagano de Antioquía que tenía tratos con demonios. Con su ayuda quiso llevar a la ruina a Santa Justina, una virgen cristiana; pero ella frustró los ataques triplicados de los demonios con el signo de la cruz. Llevado a la desesperación, Cipriano hizo él mismo la señal de la cruz y de esta manera se vio liberado de los duros trabajos de Satán. Fue recibido en la iglesia, alcanzó preeminencia y se convirtió sucesivamente en diácono, sacerdote, y finalmente obispo, mientras que Justina se convirtió en la cabeza de un convento.
Durante la persecución de Diocleciano, ambos fueron capturados y llevados a Damasco donde fueron torturados. Como su fe no disminuyó, fueron llevados ante Diocleciano en Nicomedia, donde por orden suya fueron decapitados a orillas del río Galo.