Nació en Florencia,Italia el 15 de agosto de 1233. Fue el quinto general de la orden de los Siervos de María. Ha sido considerado como el máximo propagador de la obra por el gran impulso que le dio. Su vida está llena de prodigios y leyendas. Aún no tenía un año cuando llegaron a pedir limosna a la ciudad de Florencia algunos religiosos servitas; cuando el niño los vio exclamó milagrosamente:
“Estos son los siervos de la Virgen”.
Graduado de doctor en Padua y vuelto a Florencia andaba deliberando sobre el estado que abrazaría, cuando un jueves de la octava de Pascua entró a orar en la Iglesia abacial de Fiésole. Mientras oraba le pareció escuchar que el crucifijo le decía:
“Ve a la colina en que habitan los siervos de mi Madre; así cumplirás la voluntad de mi Padre”.
Ensimismado con este pensamiento entró a escuchar misa en la capilla de los Servitas de Caraffagio. La epístola de ese día trataba sobre la conversión de un eunuco de la reina de Etiopía, causándole gran impacto las palabras del Espíritu Santo dirigidas al diácono Felipe: “Felipe acércate a este carro”; le pareció que se las decían a él, por la similitud del nombre.
Llegado a su casa se puso a orar hasta la media noche a la Santísima Virgen pidiéndole que le diese a conocer la voluntad de Dios. Durante el tiempo que permaneció en oración tuvo esta visión: Le pareció que se hallaba en medio de una vasta y desierta campiña, donde no veía más que precipicios, peñascos, rocas escarpadas, lodazales, serpientes, espinas y lazos tendidos por todas partes. Atemorizado con tan espantosa visión, comenzó a dar gritos con todas sus fuerzas, tranquilizándolo enseguida la Santísima Virgen que se le apareció sobre un resplandeciente carro rodeada de ángeles y de bienaventuradas; y repitiéndole las mismas palabras que había escuchado en la misa: “Felipe acércate y júntate a este carro” le pidió que entrase en la Orden de los Servitas. San Felipe obediente ingresó a la Orden y al entrar declaró:
“Quiero ser el siervo de los Siervos de María”.
Hay otro hecho de su vida que destacar: En 1268 mientras visitaba la comunidad de sus hermanos de Arezzo, la ciudad estaba pasando por momentos de penurias, por la escasez de alimentos, afectándole también la carestía a ellos. El santo al darse cuenta de lo que pasaba en su comunidad se puso a los pies de la Virgen María, suplicándole que los socorra y proveyera misericordiosamente en tan gran necesidad. La Divina Providencia no se hizo esperar y en ese mismo momento aparecieron en la puerta del convento dos cestas llenas de provisiones y de pan. Nadie vio ni supo quien lo había dejado, llegando los religiosos a convencerse de que la Virgen María lo había hecho. A partir de entonces la Virgen fue llamada e invocada como “Madre de la Divina Providencia”.
El 22 de agosto de 1285 San Felipe Benicio después de contemplar con devoción el crucifijo entregó su alma al Creador.