Diocleciano vio una dualidad moral en el Imperio, y, una vez conseguida la unidad territorial, política y administrativa, se propuso conseguir la uniformidad religiosa. Dadas sus convicciones paganas, la religión de Cristo debía sucumbir ante la religión del Estado.A España vino como prefecto Daciano. El regó con torrentes de sangre a todas la Iglesia española.Por aquellos días llegó Engracia a Zaragoza. Hija florida de un noble hispanorromano, iba hacia el Rosellón en cortejo nupcial al encuentro de su prometido, que en aquellas tierras vivía.Antes de emprender el viaje, en el que le servían de cortejo dieciocho caballeros de su familia, recibió entre sueños un aviso de que sería Zaragoza la ciudad de su abrazo feliz.Cuando llegó a esta ciudad y se enteró de la encarnizada persecución que en ella sufrían sus hermanos, los adoradores de Cristo, comprendió el misterio. Ella era la novia destinada para las bodas eternas con el Cordero. Se presentó delante de Daciano y le reprochó su impiedad:
—Juez inicuo —le dijo—, ¿tú desprecias a tu Dios y Señor que está en los cielos y exterminas con tanta crueldad a sus adoradores? ¿Por qué os empeñáis tú y otros malvados emperadores en perseguir a los cristianos porque no adoran vuestros ídolos, templos de los demonios?.Engracia no iba sola; la acompañaban,los dieciocho apuestos caballeros de su séquito.En los rostros de los caballeros se reflejaban los mismos reproches emitidos por la boca de Engracia, y en su silencio condenaban también la crueldad de Daciano.El presidente, hombre sanguinario y soez, no resistió las palabras de Engracia ni el silencio de sus compañeros y los mandó azotar duramente a todos ellos. Al compás del chasquido del látigo y el desgarrar de las carnes se alzó la más pura de las sinfonías, que penetró en los cielos e hizo sonreír de gozo a los ángeles de Dios. Engracia dirigía el coro de las alabanzas al Señor.Pensó Daciano que, vencida la entereza de Engracia, flaquearían sus compañeros, y en su presencia ató el delicado cuerpo de la doncella a la cola de unos caballos y la arrastró por las calles de la ciudad. Cuanto más punzantes eran sus dolores y más se desgarraba su cuerpo en flor más cantaba a Jesucristo y más detestaba a los ídolos y dioses imperiales, y más se robustecía la fe de los caballeros a la vista de la entereza de la virgen.
Llamó a los verdugos, y en su presencia, y delante de los dieciocho caballeros bracarenses, la mandó desnudar y atormentar. Los garfios se agarraban en sus carnes ya desgarradas por los azotes anteriores y por el arrastre por las calles empedradas de la ciudad. Varios surcos abiertos por los ganchos dejaron al aire libre sus entrañas palpitantes. Ya no había cuerpo donde herir. Le cortan los pechos y a través de las heridas abiertas se veía latir dulcemente el corazón de la esposa de Cristo.
No sabiendo Daciano cómo atormentarla ya, mandó que le hincaran un clavo en la frente, y, envuelto su cuerpo en un vivo dolor, fue arrojada en un lóbrego calabozo para que se pudriera viva.El cuerpo de la Santa fue sepultado honrosamente por el obispo Prudencio en una urna de mármol, uniendo a él las cenizas de los dieciocho compañeros.
—Juez inicuo —le dijo—, ¿tú desprecias a tu Dios y Señor que está en los cielos y exterminas con tanta crueldad a sus adoradores? ¿Por qué os empeñáis tú y otros malvados emperadores en perseguir a los cristianos porque no adoran vuestros ídolos, templos de los demonios?.Engracia no iba sola; la acompañaban,los dieciocho apuestos caballeros de su séquito.En los rostros de los caballeros se reflejaban los mismos reproches emitidos por la boca de Engracia, y en su silencio condenaban también la crueldad de Daciano.El presidente, hombre sanguinario y soez, no resistió las palabras de Engracia ni el silencio de sus compañeros y los mandó azotar duramente a todos ellos. Al compás del chasquido del látigo y el desgarrar de las carnes se alzó la más pura de las sinfonías, que penetró en los cielos e hizo sonreír de gozo a los ángeles de Dios. Engracia dirigía el coro de las alabanzas al Señor.Pensó Daciano que, vencida la entereza de Engracia, flaquearían sus compañeros, y en su presencia ató el delicado cuerpo de la doncella a la cola de unos caballos y la arrastró por las calles de la ciudad. Cuanto más punzantes eran sus dolores y más se desgarraba su cuerpo en flor más cantaba a Jesucristo y más detestaba a los ídolos y dioses imperiales, y más se robustecía la fe de los caballeros a la vista de la entereza de la virgen.
Llamó a los verdugos, y en su presencia, y delante de los dieciocho caballeros bracarenses, la mandó desnudar y atormentar. Los garfios se agarraban en sus carnes ya desgarradas por los azotes anteriores y por el arrastre por las calles empedradas de la ciudad. Varios surcos abiertos por los ganchos dejaron al aire libre sus entrañas palpitantes. Ya no había cuerpo donde herir. Le cortan los pechos y a través de las heridas abiertas se veía latir dulcemente el corazón de la esposa de Cristo.
No sabiendo Daciano cómo atormentarla ya, mandó que le hincaran un clavo en la frente, y, envuelto su cuerpo en un vivo dolor, fue arrojada en un lóbrego calabozo para que se pudriera viva.El cuerpo de la Santa fue sepultado honrosamente por el obispo Prudencio en una urna de mármol, uniendo a él las cenizas de los dieciocho compañeros.