San Simeón vivía en los tiempos de Jesucristo.
(...)En este momento tuvo una revelación del Espíritu Santo, que le dijo que no debería cambiar la profecía y que él no moriría hasta que viera el cumplimiento de esta profecía de Isaías sobre el nacimiento del Mesías precisamente de la Virgen. Cuando el Niño Divino nació y fue traído al Templo, Simeón recibió la revelación del Espíritu Santo y finalmente vió al Niño, al Salvador. Es entonces cuando San Simeón pronunció aquellas inmortales palabras que tan a menudo se escuchan durante los oficios religiosos de las vísperas: “Ahora despides en paz a tu siervo, Señor, según tu palabra, pues han visto mis ojos tu salvación, que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz de revelación para las naciones y gloria para tu pueblo Israel.”