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2016/05/25

San Beda
el venerable
presbítero y doctor de la iglesia
672 - 735



En el último capítulo de su gran obra sobre la "Historia Eclesiástica del Pueblo Inglés", Beda nos contó algo de su propia vida, prácticamente todo lo que sabemos de él. Sus palabras, escritas en 731, cuando su
muerte no estaba demasiado lejos, no sólo muestran la sencillez y piedad características del hombre, sino que arrojan luz sobre la composición de la obra por la cual se le recuerda mejor en todo el mundo. Escribió así:
Y es así que, muy interesado en la historia eclesiástica de Bretaña, especialmente en la raza de los ingleses, yo, Beda, sirviente de Cristo y sacerdote del monasterio de los benditos apóstoles San Pedro y San Pablo, el cual se encuentra en Wearmouth y Jarrow (en Northumbria), con la ayuda del Señor he compuesto, cuanto he logrado recabar de documentos antiguos, de las tradiciones de los ancianos y de mi propio conocimiento. Nací en el territorio del monasterio ya mencionado, y a la edad de siete años fui dado, por el interés de mis familiares, al reverendísimo abad benedictino Biscop, y después a Ceolfrid, para recibir educación. Desde entonces he permanecido toda mi vida en dicho monasterio, dedicando todas mis penas al estudio de las Escrituras, a observar la disciplina monástica y a cantar diariamente en la iglesia, siendo siempre mi deleite el aprender, enseñar o escribir. A los diecinueve años, fui admitido al diaconado, a los treinta al sacerdocio, ambas veces mediante las manos del reverendísimo obispo Juan [san Juan de Beverley], y a las órdenes del abad Ceolfrid. Desde el momento de mi admisión al sacerdocio hasta mis actuales 59 años me he esforzado por hacer breves notas sobre las sagradas Escrituras, para uso propio y de mis hermanos, ya sea de las obras de los venerables Padres de la Iglesia o de su significado e interpretación.
Después de esto, Beda inserta una lista de Indiculus, de sus anteriores escritos y, finalmente, termina su gran obra con las siguientes palabras:
Y os ruego, amoroso Jesús, que así como me habéis concedido la gracia de tomar con deleite las palabras de vuestro conocimiento, me concedáis misericordiosamente llegar a ti, la fuente de toda sabiduría, y permanecer para siempre delante de vuestro rostro.
Es evidente, en la carta de Beda al obispo Egberto, que el historiador visitaba ocasionalmente a sus amigos durante algunos días, alejándose del monasterio de Jarrow; pero salvo esas raras excepciones, su vida parece haber transcurrido como una pacífica ronda de estudios y oración dentro de su propia comunidad. El cariño que ésta le tenía queda manifiesto en el conmovedor relato de la última enfermedad y la muerte del santo, legada a nosotros por Cuthbert, uno de sus discípulos. Su búsqueda del conocimiento no fue interrumpida por su enfermedad y los hermanos le leían mientras él estaba en cama, pero la lectura era reemplazada constantemente por las lágrimas. "Puedo declarar con toda verdad," escribe Cuthbert sobre su amado maestro, "que nunca vi con mis ojos, ni oí con mis oídos a nadie que agradeciera tan incesantemente al Dios vivo. Incluso el día de su muerte (la vigilia de la Ascensión de 735) el santo estaba ocupado dictando una traducción del Evangelio de San Juan.
Al atardecer, el muchacho Wilbert, que la estaba escribiendo, le dijo: "Hay todavía una oración, querido maestro, que no está escrita." Y cuando la hubo entregado, y el muchacho le dijo que estaba terminada, "Habéis hablado con verdad…", contestó Beda, "…está terminada. Tomad mi cabeza entre vuestras manos, pues es de gran placer sentarme frente a cualquier lugar sagrado donde haya orado, así sentado puedo llamar a mi Padre." Y así, sobre el suelo de su celda, cantando "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo", y el resto, exhaló su último aliento.