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2015/01/31

31 de Enero
Santa Marcela
virgen y mártir
Siglo XV
 
 
 
Marcela, nace en el siglo XV ,en la isla de Quíos, concretamente, en un pueblo costero llamado Volissos. Sus padres se hallaban entre los más ricos de la zona y practicaban la fe cristiana ortodoxa, especialmente la madre, que era muy devota de la Virgen María. Aunque la madre, como decíamos, era muy devota y cumplía con los ritos y la asistencia a la iglesia, inculcando estas prácticas a la niña, el padre era bastante cínico respecto a las cuestiones de la fe. Tuvo que ser la madre quien instruyó a la niña, le inculcó un tierno amor a la Virgen y un deseo de imitarla en su pureza. A los doce años, Marcela perdió a su madre, iniciándose una etapa muy difícil para la niña. El padre jamás quería rezar con ella y la puso al frente de la casa, encargándole todas las gestiones. Ella se ocupó eficientemente de todas las tareas domésticas y también de trabajar en las propiedades de la finca, pero cuando se recogía a rezar frente a los iconos su padre la reñía y quería impedírselo. A los veinte años, Marcela se había convertido en una espléndida mujer, agraciada en forma y en belleza. Recordando siempre las enseñanzas de su madre, se mostraba respetuosa, piadosa, y guardaba intacta su virginidad. Resuelta a convertirse en una digna esposa de Cristo, ayunaba, oraba y asistía a los pobres. Su eterna sonrisa y su bondad cautivaban a los aldeanos, quienes se decían que era una digna hija de su madre. Su triste estado de huérfana ya no la apesadumbraba y se sentía feliz sirviendo a Dios y al prójimo, pero su felicidad iba a durar muy poco.
Su padre, amargado por la soledad, empezó a comportarse todavía peor con ella. Le gritaba constantemente y le prohibía salir a pasear al jardín o hablar con los vecinos. La molestaba constantemente y le impedía hacer sus obras de caridad. Este comportamiento lo fue alternando con otro totalmente distinto, dirigiéndole dulces palabras, queriendo tenerla siempre cerca, acariciándole el cabello y mirándole a los ojos. Aunque al principio Marcela no se podía explicar su incoherente comportamiento, pronto cayó en la cuenta de que su propio padre se sentía atraído por ella y que los sentimientos que le demostraba no eran los de un padre cariñoso, sino los de un marido celoso. Cuando las insinuaciones pasaron a ser propuestas abiertas que hubiesen desembocado en un incesto entre padre e hija, Marcela, horrorizada, le evitaba a todas horas. Algo debió ocurrir para que un día, sin más, Marcela huyera precipitadamente del hogar. Es probable que el desalmado padre intentase violarla. En un primer momento la chica huyó a la montaña y hasta allí la siguió el padre, gritando que si no volvía la haría pedazos. Furioso de lo que él entendió como un desafío, se armó con un cuchillo, un arco y unas flechas, y salió de nuevo al monte, dispuesto a cazar a su hija como se caza a un animal. El padre alcanzó a la hija, quien se hallaba oculta entre unos arbustos, y como no alcanzaba a capturarla, les prendió fuego para hacerla huir. En cuanto la vio salir le disparó una flecha y la hirió en el muslo, pero ella, tras levantarse, volvió a salir corriendo como pudo, decidida a no dejarse capturar por él. A partir de aquel momento, aquel hombre inhumano sólo tuvo que seguir el rastro de sangre de su hija hasta la costa, para poder alcanzarla. El martirio de Marcela se consumó sobre unas rocas frente al mar. Ella, viéndose atrapada, juntó las manos en oración para pedir el auxilio de la Virgen y, según dice la leyenda, las rocas se abrieron y la tragaron hasta la cintura, quedándose pillada e inmóvil entre ellas. Llegó el padre y, tirándole del cabello, de los brazos, del cuello, trataba de sacarla para llevársela, pero no podía moverla. Viendo que no había manera de sacarla de allí, e ignorando el llanto y los gritos de su hija, que le suplicaba se apiadase de ella, sacó el cuchillo y, desgarrándole el vestido, le cortó un pecho y después el otro; arrojándolos sobre las rocas. No contento con ello, la decapitó con el mismo cuchillo, y asiendo la cabeza cortada por los cabellos, la tiró rodando sobre las rocas, hasta el mar. Rocas y agua quedaron tintas en la sangre de Marcela. La tradición dice que la cabeza de la mártir fue flotando hasta la playa de Komi, pero que durante muchos años nadie pudo encontrarla. Fue un barco italiano el que, atraído por una brillante luz que provenía de esta zona, vieron la cabeza incorrupta flotar suavemente sobre las olas, rodeada de velas flotantes encendidas. La tomaron con toda reverencia y la devolvieron a Volissos.